Plaza de los mártires y Mural de los claveles rojos 

 Dos sitios universitarios, una plaza y un mural, que encierran historias sobre lo que transcurre en el mapa general de la memoria para armar el rompecabezas de nuestra historia. 

La Usac como territorio de la memoria

Por Gabriela Marroquín

Alzando claveles rojos caminan miles de estudiantes, con la mirada perdida y el corazón agitado.


“Fue en 1977 el asesinato de Robín García; nos estremeció a todos”, relata uno de los estudiantes sobrevivientes de aquella época de terror. Al lado de nosotros, un mural pintado para llenar esa ausencia. “Aunque se quiere dejar atrás el dolor, no se puede olvidar”, susurra.

La memoria se abre camino entre el recuerdo del dolor y la dignidad de los que ya no están. Implica una relación afectiva con el pasado, a través de un proceso de recuperación colectiva. Lo revela cada una de las iniciativas que emerge para recuperar lo acontecido y dar voz a los testimonios de las víctimas y mártires del Conflicto Armado Interno. A su vez, los procesos de reconstrucción de la memoria constituyen una lucha política, luchas por el sentido del pasado. La consigna de «memoria contra el olvido» podría esconder entonces lo que en realidad es una disputa entre distintas formas de significar el pasado, advierte Elizabeth Jelin, en un estudio sobre las experiencias de las dictaduras en el Cono Sur de América. “Más que memoria contra el olvido, es en verdad memoria contra memoria”, enfatiza.


Monumento en el centro de la plaza a los Héroes y Mártires universitarios. Foto: Gabriela Marroquín.

El Conflicto Armado Interno en Guatemala (1960-1996) marcó un período de consolidación de la institucionalidad excluyente y antidemocrática procedente de la historia nacional y del contexto internacional de esos años. Los espacios sociales y políticos que la sociedad venía edificando sufrieron una alteración. El miedo, el terror y el aislamiento se constituyeron en elementos centrales de lo cotidiano; las ejecuciones extrajudiciales y la desaparición forzada de personas, en «tecnologías de exterminio» del pensamiento. Los miles de asesinatos, el abandono forzado del lugar de origen, las comunidades mayas devastadas y aniquiladas, los duelos postergados por más de 30 años, los espacios de búsqueda de los familiares que a la fecha albergan la esperanza de encontrar los restos de sus seres queridos revelan la gran magnitud, atrocidad y degradación de la guerra librada y las graves consecuencias e impactos sobre la población.

Los diversos proyectos que nos traen a la mente los hechos acontecidos durante el conflicto incorporan y trabajan sobre ese pasado y su legado. En la actualidad, distintas organizaciones, comunidades, grupos artísticos, universidades y colectivos se movilizan y producen sus propias formar de recordar y denunciar. Las producciones literarias y artísticas, en el cine y en la narrativa; en las artes plásticas y performativas, los trabajos de investigación académica, los monumentos y los sitios de conmemoración constituyen lugares de la memoria.

Pierre Nora, historiador francés, acuñó el concepto de lugares de la memoria para hacer referencia a esos sitios destacados que condensan significaciones culturales y políticas donde se produce la memoria en acto, otorgando cierta especificidad a un lugar. Estos lugares operan como espacios de transmisión y reapropiación de acontecimientos que marcaron hitos importantes en la trayectoria y en la historia de un país. A diferencia de los gloriosos Lieux de Mémoire de Nora, que proyectan la historia de unidad que forjó a la nación francesa, nuestros lugares de la memoria, originados a partir del Conflicto Armado Interno, aluden a la fragmentación de un Estado y a los acontecimientos que lo amenazan desde su interior.

Cada uno de los lugares de la memoria representa una pieza que nos da pistas para armar el rompecabezas de la historia. La Universidad San Carlos de Guatemala (Usac) es uno de ellos. En la ciudad universitaria el ambiente de lucha y de duelo vividos dejaron marcas indelebles. Plazas, auditorios, aulas, murales y placas hacen honor a los cientos de mártires universitarios. Seleccionamos un par de sitios que encierran historias sobre lo que transcurre en el mapa general de la memoria.

La Plaza de los Mártires


En la parte posterior del monumento se encuentra un poema de la guatemalteca Nora Morillo. Foto: Gabriela Marroquín.

La Plaza de los Héroes y Mártires, ubicada en el campus central de la Usac, es un símbolo emblemático que marca la brutal etapa de represión estatal contra el movimiento estudiantil. La Universidad, por su persistente compromiso de denuncia ante el terror estatal y su proyección social a favor de un cambio político hacia un país menos desigual y más democrático, pasó a ser uno de los principales focos de represión de la época. De acuerdo con los casos documentados en el estudio de Paul Kobrak, más de 460 universitarios –entre profesionales y estudiantes– fueron asesinados o desaparecidos entre el período del 1970 a 1996.

El asesinato del abogado laboralista Mario López Larrave, el 8 de junio de 1977, marcó el inicio de una ola sistemática de crímenes y atentados en contra de la comunidad universitaria. Ese mismo año, al mes siguiente fueron secuestrados dos jóvenes dirigentes estudiantiles: Robín García Dávila y Aníbal Leonel Caballeros. A los pocos días aparecieron sus cadáveres con señales de tortura y con muestras de haber sido estrangulados.

El 20 de octubre de 1978 fue asesinado Oliverio Castañeda de León, secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). En los días siguientes también fue desaparecido Antonio Ciani, su sucesor en el secretariado de la Asociación, y en 1979 hubo muchas otras muertes de universitarios. “De esa suerte, era lógico dar el nombre de la Plaza, no por una, sino por las muchas personas que caían ante el embate represivo”, relata Raúl Molina, integrante del Consejo Superior Universitario de 1976 a 1980. “No sé si hubo una «decisión oficial» de llamarla así, pero el nombre fue tomando vuelo”, recuerda.

La Plaza de los Héroes y Mártires, anteriormente conocida como La Plaza Mayor de la ciudad universitaria, es un espacio dedicado a todos aquellos integrantes de la comunidad de estudiantes y profesionales que desde su vocación de servicio universitario brindaron su vida y su intelecto por un país libre, próspero y con justicia social.

El ícono de la Plaza lo constituye el monumento a los mártires de la represión estatal con fecha del 20 de octubre de 1979. En la investigación que se realizó en los archivos de la Universidad no se encontró ningún documento oficial referido al nombre de la Plaza. Sin embargo, en el comunicado No. 375-79 de la División de Publicidad e Información de la USAC, sí se hace referencia a la develación del monumento a los mártires universitarios, el 1 de diciembre del 79, como punto final de los actos conmemorativos del XXXV Aniversario de la Autonomía Universitaria. Fue el rector de la Universidad, Saúl Osorio Paz, quien esa ocasión develó el monumento en el que recordó “la gran cuota de sangre y luto que ha pagado la Universidad Nacional y Autónoma en su lucha por coadyuvar al establecimiento de los derechos democráticos en Guatemala”. Este acto se desarrolló en una época de mucha agitación y constantes represiones violentas que caracterizaban ese período. El compromiso del rector Osorio Paz con el movimiento popular le valió el exilio pocos meses después de esta fecha conmemorativa.

Situado en el centro de la Plaza, el monumento a los mártires se compone de una estructura de hormigón de tamaño mediano, con una dedicatoria en la pared principal que lleva escrito: “La Universidad de San Carlos de Guatemala, a sus Héroes y Mártires”.

Alrededor del monumento se extiende un pequeño jardín con diminutas flores carmín. Las flores irradian vida, pero del aire y de la tierra se desprende una memoria de la muerte. En este espacio, la vida y la muerte se colocan frente a frente en el recuerdo, anunciando el renacer de la memoria de las víctimas y la verdad de las atrocidades que salieron a la luz.

La pared secundaria del monumento contiene una placa de mármol negro, instalada en el año del esclarecimiento histórico (1999), que incluye el poema “Retazos de Viento”, de la poeta guatemalteca Nora Murillo.

Hay que desnudar la memoria...
para liberar las manos
de quienes regaron las milpas
y empuñaron claveles
para escuchar a cientos de ruiseñores
que atrincheraron su canto
en un viejo ciprés.

Hay que desnudar la memoria...
para liberar el llanto
la voz
la mirada
de miles de víctimas que esperan la lluvia
para continuar la siembra
para reconocer los diferentes caminos
que legitimaron nuestros hermanos
cuando escaparon del ventarrón 

Hay que desnudar la memoria...
para recuperar el maíz
que desgranaron con el poder
de metralletas
para desenterrar el baúl de sueños
y recuperar las huellas de nuestros mártires
hay que desnudarla
desnudarla
desnudarla
para reconstruir la verdadera historia
y desnudar esas luciérnagas dormidas
en los ojos de nuestros hijos
para prepararle una emboscada rotunda
a la tristeza
e invocar la fuerza
de quienes se atrevieron.


El mural a Mario López Larrave. Foto: Gabriela Marroquín.

Es vox pópuli que en ese entonces los estudiantes repartían su tiempo entre las aulas de clases y las calles. Entre teoría y práctica, muchos profesores y alumnos hicieron suyas las demandas sindicales, gremiales, campesinas, de pobladores y de obreros, y se acompañaron y caminaron juntos. La marcha de los mineros dio cuenta de esta unidad: “... [En 1977] cuando se hace la marcha de los mineros de [San Ildefonso] Ixtahuacán, más de un millón de personas en las calles y los estudiantes venían caminando con ellos. Claro que los estudiantes los habían ido a recibir a Chimaltenango, pero era un reconocimiento, con poder de convocatoria”, refiere este extracto de un testimonio recogido en el libro de la ODHAG Era tras la vida por lo que íbamos. De manera que la acción política del movimiento trascendió las demandas puramente estudiantiles y cobró carácter nacional.

En Conventos, aulas y trincheras, Virgilio Álvarez también da cuenta de esa unidad y muestra el avance y desarrollo del movimiento popular guatemalteco y la inserción de los estudiantes en el mismo:la marcha marcó un hito en las formas de movilización y lucha de los sectores obreros, destacándose el apoyo decidido que las diferentes organizaciones estudiantiles ̶ de educación media y universitaria ̶ dieron a la marcha. La AEU volcó todas sus fuerzas para divulgar y apoyar las marchas, las cuales tenían como eje organizador al Consejo Nacional de la Unidad Sindical (CNUS), que a cada momento se mostraba como el espacio de unidad del movimiento popular guatemalteco. Claro que las diferencias de las distintas corrientes nuevamente se ponían a prueba, pero a pesar de ellas, la posibilidad de acciones conjuntas quedaba demostrada”.

La legitimidad social adquirida por el movimiento estudiantil en aquel entonces, encarnado en la dirigencia de la AEU, lo convirtió en un referente popular, pero también en uno de los principales enemigos del régimen dictatorial de la época.

Es en ese contexto en el que surge la Plaza de los Mártires, como un mecanismo de dignificación para las víctimas, pero también como una denuncia y una condena al abuso contra los derechos humanos de cientos de estudiantes y profesionales.

Cada 22 de mayo, Día del Estudiante Universitario, se realizan en distintos lugares actos simbólicos para conmemorar las luchas estudiantiles, así como la fundación de la AEU, nacida en 1920. En esa fecha, la Plaza también se convierte en un espacio de evocación de los testimonios del pasado que le dan sentido a ese espacio, trayéndolos al escenario del presente para hacerlos públicos.

Este emblemático lugar encierra muchas historias de vida, de lucha y de muerte que han quedado plasmadas en otros sitios de memoria de la Universidad. Desde el centro de la Plaza se alcanza a ver en una de las paredes del edificio de Recursos Educativos, un mural dedicado a Mario López Larrave, incansable defensor de las reivindicaciones sindicales. De más reciente creación es una placa conmemorativa que rinde homenaje a los mártires de la Juventud Patriótica del Trabajo (PGT). Instalada en 2004, esta placa se ubica a un costado del monumento principal de la Plaza, bajo la frondosa sombra de una ceiba. Hacia el sur de la Plaza, destaca el mural de los claveles rojos, en el edificio T-13, símbolo de las luchas revolucionarias de la época.

Mural de los claveles rojos


El mural en el edificio T-13. Foto: Gabriela Marroquín.

Alzando claveles rojos caminan miles de estudiantes, con la mirada perdida y el corazón agitado. La fotografía en blanco y negro tomada por Mauro Calanchina (1952-2008) ha quedado en la memoria colectiva del ambiente universitario. La imagen retrata una numerosa manifestación de rechazo a la violencia sistemática desatada en el país; el detonante, el asesinato del dirigente estudiantil Robín García Dávila.

El diario El Gráfico registró el acontecimiento con la siguiente nota del 6 de agosto de 1977:

“Miles de jóvenes, hombres y mujeres, de difícil cuantificación pero que no era menor a 50 000 o 60 000, acompañó silenciosamente ayer el cadáver del estudiante de la Facultad de Agronomía de la Universidad de San Carlos y ex dirigente estudiantil de la Escuela de Comercio, Mayro Robín García Dávila, de 19 años de edad. En un orden admirable, las interminables columnas de estudiantes de educación media y universitarios, sin un grito, sin una voz destemplada, ocuparon 20 cuadras del centro de la ciudad [...] a su ingreso al Cementerio General, unánimemente todos levantaron a punta de brazo su clavel en lo que parecía una consigna previamente establecida”.

El sepelio de Robín García[1] se convirtió así en una marcha pacífica, recordada ahora como la Marcha de los Claveles Rojos. Justo ese momento, cuando los jóvenes impávidos alzan los claveles al mismo tiempo, es cuando el lente y los cinco sentidos despiertos de Mauro Calanchina hacen clic y capturan los detalles. Calanchina fue un fotógrafo de origen suizo comprometido con las reivindicaciones de las poblaciones más excluidas del país. Manolo Vela, exsecretario general de la AEU, lo describe como el fotógrafo de la época de oro de las luchas sociales en Guatemala. Esta y otras imágenes compiladas durante la marcha fueron publicadas en la Revista Alero de la Usac, con algunas modificaciones que el autor realizó.

La icónica fotografía de la Marcha de los Claveles Rojos también quedó retratada en el mural del edificio T-13 de la Universidad, obra que el mismo Mauro Calanchina realizó a finales de 1978, utilizando un retroproyector. Si bien la fotografía fue la base de la obra, en el mural se acentuó la gestualidad de los rostros, a la vez que se integraron y cambiaron la posición de los actores involucrados en la marcha. También se enfatizó el contraste cromático, exaltando el color rojo de los claveles y del lema: “¡No era tras la muerte a lo que fuimos! Era tras la vida”.

A lo largo de los años se han formado mitos alrededor de este mural. Una leyenda urbana que circula de boca en boca revela que originalmente los claveles del mural fueron pintados con la sangre de los estudiantes. Se dice también que en virtud de ese mito, la AEU en las ocasiones que ha restaurado el mural nunca ha querido retocar con pintura el color rojo de los claveles.

Todas estas marcas tratan así de dar materialidad a la memoria y de hacerla pública, visible a las miradas y a su apropiación. Así los monumentos a la memoria de los hechos infames que marcaron esa época, nos recuerdan que, tal como decía Mario Benedetti en El amnésico y el olvidador: “[los proyectos de olvido] nunca logran su objetivo, que es encerrar el pasado (cual si se tratara de desechos nucleares) en un espacio inviolable. El pasado siempre encuentra un modo de abrir la tapa del cofre y asomar su rostro”.

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[1] Robín García fue un líder estudiantil con un alta sensibilidad humana. Estudió para ser perito contador en la Escuela Central de Ciencias Comerciales. Se graduó en 1976 y en 1977 ingresó en la Facultad de Agronomía. En la Escuela Central formó parte de la asociación de estudiantes y del equipo de redacción y edición del periódico Pueblo y Estudiante, en donde inició su trayectoria de lucha por las transformaciones sociales y políticas necesarias para una vida más justa.

Este trabajo fue finalista de la categoría "periodismo de investigación" del concurso Tejer Memoria, realizado en 2017 con el apoyo de PlazaPública y DW Akademie

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