Placa del asesinato de Oliverio Castañeda de León
Placa y rótulo de calle conmemorativa de Oliverio Castañeda de León, estudiante asesinado el 20 de octubre de 1978 tras brindar un discurso en apoyo a la Revolución del 44.
El asesinato de Oliverio Castañeda De León, secretario general de la AEU
Por Edgar Ruano Najarro
Al filo del mediodía del 20 de octubre de 1978, Oliverio Castañeda de León, joven estudiante de Economía, de 23 años, secretario general de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) fue emboscado y muerto a tiros en la sexta avenida y octava calle de la zona uno de la ciudad de Guatemala minutos después de haber pronunciado un discurso a nombre de la AEU en el mitin final de la marcha que celebró la revolución de octubre de 1944. Este asesinato guardó algunas características fuera de lo común, pues fue ejecutado a plena luz del día, a escasos 100 metros del Palacio Nacional, frente a cientos de personas que en distintas direcciones se retiraban del Parque Centenario, luego de haber presenciado el mitin indicado.
Con la ahora famosa frase de “!Podrán masacrar a los dirigentes, pero mientras haya pueblo habrá revolución¡” Oliverio terminó su discurso y se bajó del estrado de la Concha Acústica para retirarse. Iba acompañado de unos diez estudiantes, hombres y mujeres, pero al caminar por la acera de las oficinas de la empresa eléctrica, la estrechez de la banqueta hizo que se formaran en una fila de dos en dos. Al lado de Oliverio quedó Rebeca Alonso (estudiante de administración de empresas).
Según Rebeca, atravesaron la sexta avenida de la esquina de la empresa eléctrica a la esquina del portal del comercio. En el momento en que Oliverio y ella pusieron el pie derecho en la acera se oyó el frenazo de un carro detrás de ellos. Voltearon a ver y en ese instante, del asiento trasero del auto, un hombre abrió la puerta con un pie, y con una subametralladora apuntándoles disparó una ráfaga. Oliverio tuvo tiempo para empujar a Rebeca con su mano izquierda hacia un lado y ésta cayó de costado, mientras que él corrió en dirección sur por la acera de la sexta avenida con el automóvil en marcha al lado suyo disparándole a discreción. Pocos metros antes de llegar a la entrada del Pasaje Rubio, Oliverio recibió un impacto en la espalda que lo hizo derrumbarse en la esquina de esa entrada. Cuando cayó, el sicario apodado “El Gato” con calma y sangre fría se bajó del auto y le acertó cuatro balazos en la cabeza. Después de su faena, El Gato se subió al auto que partió a toda velocidad por la sexta avenida no sin antes hacer unos disparos al aire en prevención de que alguien pudiera hacer algo contra ellos.
La esquina en donde fue emboscado Oliverio. Foto: Édgar Ruano.
El testimonio de Oscar Peláez (estudiante de historia) es clave para comprender los hechos de los siguientes minutos. Dice Peláez que él, junto con Abel Canahuí (veterinaria) e Indiana Torres (medicina), iba sobre el portal en dirección hacia la séptima avenida; pocos metros antes de la segunda entrada al Pasaje Rubio oyeron los primeros disparos. Instintivamente ingresaron por esa entrada del Pasaje para protegerse; Peláez tuvo la intención de regresar a la sexta avenida, pero Indiana lo detuvo y le preguntó -¿Tenés arma?-, -No-, -¿Entonces a dónde vas, a que te maten?- En ese momento sonaron más disparos que retumbaron en el Pasaje Rubio. De todas maneras, Peláez y Canahuí decidieron regresar a la sexta avenida, pero a indicación del segundo, lo hicieron abajo del corredor del portal, por la calle. Al llegar a la esquina de la sexta avenida vieron a una niña bañada en sangre que había sido herida en la balacera y se encontraron con Rebeca Morales (psicología), quien les señaló hacia la entrada del Pasaje por la sexta avenida.
Peláez, ya en solitario, corrió en esa dirección y se encontró con Oliverio tendido boca abajo. Se hincó a su lado y vio cómo respiraba con dificultad y en su último aliento expulsó sangre por la boca y los oídos. En ese momento ya había llegado Indiana, que vestida de blanco se manchó las ropas con la sangre de Oliverio. Al poco tiempo llegaron los bomberos y Peláez e Indiana recogieron los efectos personales de Oliverio, una mariconera con señales de haber sido atravesada por un balazo, una chequera, dinero, los anteojos y otras cosas. En medio de un charco de sangre, Peláez reconoció una ojiva calibre nueve milímetros, que fue la única de las cuatro que salió de la cabeza de Oliverio. Por más de treinta años Peláez guardó la bala hasta que la entregó al Ministerio Público que sigue el caso. El lugar de los sucesos, y varias cuadras a la redonda, que en pocos segundos había quedado completamente vacío en medio de un lúgubre silencio, comenzó de nuevo a verse inundado de curiosos y de estudiantes y obreros que regresaban a ver qué había sucedido.
Dentro de la ambulancia de bomberos en la que trasladaban el cadáver de Oliverio a la morgue, situada entonces en el Hospital General, iban Indiana y Peláez sentados en un costado; al centro iba el cuerpo de Oliverio tendido en el piso del vehículo y en el otro costado, frente a los dos estudiantes, el padre de Oliverio, el doctor Gustavo Castañeda. Indiana sollozaba en silencio, mientras que Peláez miraba al doctor Castañeda y pensaba cómo se habían llevado a Oliverio en el movimiento estudiantil y cómo lo regresaban a su familia. No podía más con el dolor. Sin embargo, el padre de Oliverio, frente a su hijo sacrificado, mantuvo una actitud serena, firme, con gran decoro, y eso dio fuerza a los dos compañeros de Oliverio para afrontar el cuadro en el que estaban sumidos.
Los quince metros que corrió Oliverio. Foto: Édgar Ruano.
Aquel año 1978 marcaba la cúspide del ascenso de movimientos sociales que mantenía un clima de agitación y movilizaciones sin precedentes inmediatos en Guatemala conducidos todos ellos por los trabajadores sindicalizados. A partir de una exitosa huelga magisterial efectuada a mediados de 1973 dio inicio una verdadera ola de conflictos laborales, cuyas demandas más importantes fueron aumentos salariales, la lucha por la creación de sindicatos y contra el alza del costo de la vida
Un hecho de suma importancia en este ascenso de luchas obreras fue que las distintas organizaciones y federaciones sindicales se plantearon también un proceso de unidad, la cual se había perdido desde 1954. Las condiciones para dicho proceso se presentaron en marzo de 1976, cuando numerosas organizaciones sindicales crearon un comité de solidaridad con los trabajadores de Coca Cola, que mantenían un movimiento huelguístico y con otros conflictos que se estaban gestando. El 31 de marzo de ese año se reunieron unas 60 organizaciones sindicales y acordaron, entre otros puntos, constituir el Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS), el cual de ahí en adelante, hasta su disolución, actuó en la práctica como una central única de trabajadores, pues fue el interlocutor de los trabajadores frente al gobierno y ante la parte patronal.
Las luchas reivindicativas de esos años no fueron privativas del movimiento sindical. Como resultado del clima político general, así como del influjo del movimiento obrero en ascenso, otros sectores sociales experimentaron también sus propios movimientos reivindicativos y sus propias formas organizativas. Tal fue el caso del movimiento estudiantil en sus dos vertientes, la universitaria y la de educación media; el movimiento de los pobladores; el movimiento campesino y otros grupos sociales.
En el caso de los estudiantes, se puede citar un movimiento de transformación interna en la USAC que se tradujo en un aumento del grado de organización, de politización y de prestigio para los grupos y asociaciones estudiantiles. La misma Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) experimentó su propio proceso de reforma interna, que dio lugar a una nueva estructura organizativa y a nuevos procedimientos para elegir a su dirigencia. De esa cuenta, el movimiento estudiantil universitario rápidamente rebasó el ámbito de la Universidad y trasladó parte de sus luchas y actividades al apoyo de los movimientos sociales y sindicales que se estaban registrando en los mismos días.
Impactos de bala en las persianas del almacén, a un costado del Pasaje Rubio. Foto: Édgar Ruano.
Al mismo tiempo, en la marcha del proceso político nacional, en ese año de 1978 estaban ya presentes las condiciones que desembocarían en Guatemala en una crisis política de profundidad, que bien puede calificarse de crisis revolucionaria en la medida en que una de sus formas principales era la acción armada que colocaba en el horizonte a la lucha guerrillera, la cual llegó a abarcar vastas zonas del país e involucró a una amplia gama de sectores sociales, entre ellos a diversas colectividades de origen maya, los cuales nunca habían tenido participación protagónica en un proyecto político nacional.
Con ese telón de fondo, y como resultado a la vez del mismo, surgió una generación de líderes sindicales, campesinos y estudiantiles, y entre ellos la figura de Oliverio Castañeda de León. Era un estudiante de economía que provenía del Colegio Americano, pero que desvaneció de inmediato cualquier prejuicio que podía haber contra él por ese origen en la educación media. Se vinculó al grupo estudiantil Unidad de Vanguardia Estudiantil -UVE-, que era un colectivo de la Facultad de Ciencias Económicas de la USAC que se situaba en la izquierda universitaria y desde ese grupo comenzó con sus actividades en el movimiento estudiantil universitario. Tenía veinte años.
Por medio de UVE, Oliverio pasó a la lucha estudiantil en el nivel de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), espacio en el cual se libraba una intensa lucha política e ideológica entre dos grandes corrientes, que pueden caracterizarse del modo siguiente: una fuerza política constituida por grupos estudiantiles en cada facultad que seguía una tradición de izquierda de viejo arraigo en la universidad, la cual seguía planteamientos cercanos al Partido Guatemalteco del Trabajo -PGT- (comunista) que se traducían en luchas por demandas propias de los estudiantes y procesos de reforma universitaria. Para el plano nacional, esta corriente sostenía que el papel de la universidad era acompañar las luchas populares por la democratización y el respeto a los derechos humanos, así como promover estudios y programas que aportaran propuestas y soluciones a la problemática económica y social del país.
En segundo lugar se encontraban diversos grupos que también estaban diseminados en todas las unidades académicas de la USAC, los cuales daban vida a una corriente política reciente que se situaba más a la izquierda que la anterior en el sentido de que sus planteamientos políticos no se detenían en los procesos propiamente universitarios, sino que supeditaban todas sus actividades en la universidad a la lucha política nacional, particularmente aquella que postulaba la lucha armada de forma inmediata. Como novedad, esta corriente política ponía énfasis en la necesidad de incluir en las luchas nacionales a los pueblos indígenas, ya que consideraban que la opresión y explotación de los mismos constituía la contradicción principal de la sociedad guatemalteca. No está demás señalar que en esas posiciones políticas se encontraban las huellas de organizaciones guerrilleras que pronto entrarían en la escena pública nacional como el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y la Organización del Pueblo en Armas (ORPA).
Oliverio Castañeda de León, de perfil en primer plano, el día de su asesinato. Foto: Archivo.
Los grupos integrantes de la primera corriente constituyeron un frente de organizaciones estudiantiles al que llamaron Alianza Democrática y Progresista FRENTE. Este grupo ganó las elecciones para integrar el Secretariado y el Consejo de Representantes de AEU sucesivamente en mayo de 1976, 1977 y 1978 en pleno ascenso del movimiento social ya señalado. Oliverio fue electo secretario de finanzas en el secretariado encabezado por Luis Felipe Irías Girón (1977-1978).
El grupo rival, correspondiente a la segunda corriente, fue el Frente Revolucionario “Robin García” (FERG) que también estaba integrado por grupos estudiantiles de la diversas facultades y escuelas de la universidad, aunque con la modalidad de que en casi todas ellas, el grupo respectivo tenía el mismo nombre de FERG.
Pese a que era muy joven (22 años), su entrega total al movimiento estudiantil, su responsabilidad frente a las tareas y su buen juicio hizo que en el año siguiente, en mayo de 1978, fuera seleccionado por FRENTE para ser candidato a secretario general de la AEU. Fue una elección duramente disputada contra el FERG, pero al final la mayor experiencia de FRENTE, y el hecho de que controlaba buena parte de las asociaciones estudiantiles de facultad o de escuela, hizo que nuevamente FRENTE quedara con el gobierno de la AEU, esta vez con Oliverio como secretario general.
Comenzó entonces para la AEU un período de cinco meses (mayo-octubre) que no pudo ser más intenso, pues el movimiento social, obreros, campesinos, pobladores, estudiantes de educación media, empleados del Estado, contaban con la iniciativa política frente al gobierno militar que estaba presidido por el general .Kjell Laugerud García. Dos fueron los sucesos que enfrentó Oliverio al frente de la AEU en ese corto período.
En primer lugar, las secuelas de la masacre de Panzós, perpetrada por el Ejército el 29 de mayo de ese año. La AEU fue la primera organización que, mediante un espacio pagado en la prensa, ofreció una versión de los hechos en ese municipio, basada en el relato de dos campesinos sobrevivientes. También convocó a una marcha de protesta y puso públicamente contra la pared al gobierno militar al exigir que les fuera permitido a estudiantes de medicina ingresar al poblado a auxiliar a los campesinos heridos; que se le permitiera a la AEU entrevistar con traductores a soldados supuestamente heridos presentados por el gobierno; que el coronel enviado al frente de una tropa a ocupar Panzós “para restablecer el orden” revelara su verdadera identidad, ya que daba declaraciones bajo un nombre supuesto, etcétera. Estas acciones parecían sencillas, pero puestas en el contexto de terror de aquellos días, eran el resultado de innumerables reuniones, de contactos, declaraciones de prensa, agilidad y astucia políticas, así como situaciones en las cuales estaba en riesgo la propia vida.
El segundo hecho fue lo que se denominó las jornadas de octubre. La cuestión en juego era la compleja problemática del transporte público urbano. Desde hacía meses que los pilotos, organizados en la Federación Nacional Obreros del Transporte (FENOT), llevaban a cabo un movimiento laboral frente a los empresarios del transporte. Estos últimos, coludidos con el gobierno del general Romeo Lucas García, que había tomado posesión en julio, aprovecharon las vicisitudes del conflicto laboral para doblar la tarifa del transporte público de cinco a diez centavos. Así, el 26 de septiembre fue autorizado un aumento a la tarifa del transporte urbano por medio de un convenio suscrito por el Presidente de la República, el Ministerio de Trabajo, el Consejo de Planificación Económica, el Concejo Municipal capitalino y la Asociación de Empresas de Autobuses Urbanos.
En el rechazo al aumento señalado, AEU y el Consejo de Entidades de Trabajadores del Estado (CETE) tomaron la iniciativa y junto con organizaciones de pobladores y de estudiantes de educación media y con la anuencia del CNUS decretaron paros progresivos y pusieron un plazo que vencía el lunes 3 de octubre para que se diera marcha atrás o se declararía la huelga general. En la mañana del día 3, en los barrios y asentamientos populares, en especial en la Colonia El Milagro, los habitantes, hombres y mujeres, levantaron barricadas y quemaron algunos autobuses. Los estudiantes de Educación Media, cuyos establecimientos estaban ubicados en el centro de la ciudad igualmente levantaron barricadas con sus escritorios y se enfrentaron a la policía
Con un saldo de decenas de heridos y varios muertos, después de cinco días de crisis, el domingo 8 el presidente Lucas García anunció que se derogaba el acuerdo de aumento del precio del transporte urbano. Se abrió un espacio de calma chicha que duró unos diez días hasta que llegó el día 18 por la noche cuando se dio a conocer el comunicado del llamado “Ejército Secreto Anticomunista” -ESA- el cual anunció que había “juzgado y condenado a muerte” a 38 personas y dio a conocer la lista respectiva, entre quienes, además de Castañeda, se incluía a dirigentes sindicales, profesionales, catedráticos y funcionarios de la Universidad de San Carlos, periodistas, personalidades de algunos partidos políticos de oposición y, en general, dirigentes de organizaciones populares. Seguramente para disimular el origen del ESA, aparecían entre los amenazados los ministros de Gobernación y de la Defensa, así como el director de la Policía Nacional. Con esa prevención, el joven secretario general de la AEU esperó su turno en la Concha Acústica para pronunciar su lo que sería su último discurso.
Vista de una concentración desde la Concha Acústica del Parque Centenario. Foto: Edgar Ruano.
El cuerpo de Oliverio fue entregado rápidamente a su familia y el doctor Castañeda no quiso que fuera trasladado a alguna funeraria, sino que fuera velado en su propia casa de la cual saldría hacia el cementerio general. De esa cuenta, toda la noche la residencia de los Castañeda, situada en la sexta avenida y tercera calle de la zona uno, a pocas cuadras de lugar del asesinato, fue visitada por cientos de personas que llegaron a dar el pésame y a acompañar a la familia. Ese 20 de octubre había caído viernes y por tanto, los dirigentes de la AEU pensaron que el “puente” haría que los capitalinos viajaran al interior del país y llegara muy poca gente al funeral de su compañero. Así que dispusieron que el cortejo fúnebre que saldría el sábado de la residencia de los Castañeda se formara con dos filas, una de cada lado de la calle y en medio el féretro y así diera la impresión de ser muy largo y cada persona se le daría un clavel rojo. Sin embargo, fue tanta la gente que participó en el séquito que las filas previstas se alargaron por decenas de cuadras hasta llegar al cementerio general.
Ya frente al mausoleo familiar, ante miles de asistentes, en su mayoría jóvenes, los padres de Oliverio pidieron que no se hicieran discursos. Así, en medio del silencio solamente se escuchaba los sonidos de las cucharas de los albañiles. Alguien no lo pudo resistir y comenzó a entonar el himno nacional y a los pocos segundos aquella impresionante multitud despidió a Oliverio con la canción nacional.
De los dieciséis integrantes del secretariado 1978-1979 que dirigió Oliverio, ocho fueron asesinados o desaparecidos en los meses y años siguientes, en tanto que el resto salió al exilio. Uno de los desaparecidos, Antonio Ciani, era el secretario de organización de la AEU y como tal sucesor de Oliverio. Fue capturado y desaparecido el seis de noviembre de 1978, a escasos dieciséis días del asesinato de Oliverio.
Oliverio Castañeda, octavo de izquierda a derecha, en una manifestación sobre la Séptima Avenida, a un costado del Palacio Nacional. Foto: Edgar Ruano.
El encono de los gobiernos militares contra la AEU fue tanto, que al año exacto del asesinato de Oliverio, el 20 de octubre de 1979, Julio Cortés, estudiante de psicología, salió de su casa rumbo al desfile y la concentración popular, pues había sido designado para pronunciar a nombre de la AEU un discurso en el mitin final de la conmemoración. No llegó a la concentración y no volvió a su casa jamás. Fue capturado en las inmediaciones de la ciudad universitaria.
Un recuento hecho por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala -ODHAG- de los estudiantes universitarios y de educación media (hombres y mujeres) asesinados o desaparecidos entre 1978 y 1994 da cuenta de una cifra de 541, la mayoría de ellos dirigentes o miembros de las juntas directivas de sus respectivas asociaciones estudiantiles.
Fue una generación completa de la dirigencia del movimiento estudiantil que fue sacrificada durante ese período. Los diseñadores de semejante plan de exterminio del liderazgo estudiantil se ensañaron particularmente con la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU), ya que asesinaron incluso a ex presidentes o ex secretarios generales de esa entidad aun cuando ya habían pasado muchos años de haber ocupado ese cargo y se dedicaban a su trabajo profesional o a sus negocios.
Ese arrinconamiento y persecución a que fue sometido el movimiento estudiantil hizo que muchos de sus integrantes tomaran el camino de las armas mediante las diversas expresiones revolucionarias que actuaban en el momento y en ese plano de enfrentamiento militar sucumbieron muchos de ellos con las armas en la mano o bien en la militancia clandestina.
El recuerdo de Oliverio está impreso en los veinte metros que recorrió hacia el lugar en donde finalmente se abatió, pues hay todavía algunos orificios de bala en las persianas de los almacenes del lugar, que trazan aquella ruta mortal. En el punto final hay un par de placas metálicas que se encuentran incrustadas en el piso de la entrada al Pasaje Rubio, pues hubo necesidad de que fueran sumidas en los ladrillos del pasaje, ya que la primera que colocaron sus compañeros a los pocos días del asesinato fue robada de inmediato. Se colocaron dos más que corrieron igual suerte.
En el transcurso del año pasan por el lugar dos marcha populares, la del primero de mayo y la del 20 de octubre y en cada una de ellas todos los contingentes que van pasando se detienen unos minutos para recordar a Oliverio con consignas y vivas y no pocos lanzan al sitio sus claveles rojos.
Este trabajo fue el ganador de la categoría de "periodismo de investigación" del concurso Tejer Memoria, realizado en 2017 con el apoyo de PlazaPública y DW Akademie